Britney Spears, Ashton Kutcher, y Lady Gaga son los reyes en la red social Twitter, quienes cuentan con unos 5,5 millones de seguidores. Se entiende que sus fans tengan avidez por sentirse en comunicación con ellos y conocer sus pasos hasta el mínimo detalle, tener información en tiempo real de la vida y obra de sus ídolos. Así, el mundo se entera de intimidades y trivialidades, ve las fotografías que Ashton publica de su mujer en ropa interior, se informa que Britney está comprando zapatos o que está tomando un refresco al lado de la pileta en una de sus mansiones.
En su proyecto inicial, Twitter ofrecía la creación de pequeños grupos virtuales con la finalidad de compartir en forma de mensajes de texto información breve, tal como dónde se encontraba uno y haciendo qué actividad. Pero la diferencia entre lo concebido por los desarrolladores y el uso que de la plataforma hizo un grupo de usuarios de “peso” obligó a realizar una serie de cambios. No se puede hablar de fracaso del proyecto inicial, sino de una estrategia rápida e inteligente que permitió identificar hacia dónde querían ir los usuarios y redefinir la plataforma para complacerlos.
Ahora bien, ¿qué sucede con la mayoría de los usuarios? ¿A quién le importa si don Juan de los Palotes está comprando zapatos, fotografiando a su esposa o tomando un refresco? Aquí entra lo que me provoca llamar el “síndrome del rock star”. Los usuarios que incluyen ese tipo de información carente de interés por el sólo hecho de sumar “tweets” contribuyen a la sobrecomunicación y tientan a sus seguidores a abandonarlos.
Otro detalle que me parece importante es la reciprocidad. He observado que unos cuantos líderes de opinión siguen a mayor cantidad de personas que el número de seguidores que tienen. G. Kawasaki, uno de mis preferidos, con más de un cuarto de millón de seguidores, sigue cerca de 20 mil usuarios más, lo que supongo que serán los mismos que él tiene, más los que le interesan.
Esto me lleva al siguiente elemento que considero fundamental en toda actividad de networking: la generosidad.
Todavía no me he amigado con Twitter; simplemente lo estoy explorando, y observando la conducta de los usuarios. Mis conclusiones son, por tanto personales, pero a veces no está de más tener en cuenta la perspectiva de una persona no experta.
En su proyecto inicial, Twitter ofrecía la creación de pequeños grupos virtuales con la finalidad de compartir en forma de mensajes de texto información breve, tal como dónde se encontraba uno y haciendo qué actividad. Pero la diferencia entre lo concebido por los desarrolladores y el uso que de la plataforma hizo un grupo de usuarios de “peso” obligó a realizar una serie de cambios. No se puede hablar de fracaso del proyecto inicial, sino de una estrategia rápida e inteligente que permitió identificar hacia dónde querían ir los usuarios y redefinir la plataforma para complacerlos.
Ahora bien, ¿qué sucede con la mayoría de los usuarios? ¿A quién le importa si don Juan de los Palotes está comprando zapatos, fotografiando a su esposa o tomando un refresco? Aquí entra lo que me provoca llamar el “síndrome del rock star”. Los usuarios que incluyen ese tipo de información carente de interés por el sólo hecho de sumar “tweets” contribuyen a la sobrecomunicación y tientan a sus seguidores a abandonarlos.
Otro detalle que me parece importante es la reciprocidad. He observado que unos cuantos líderes de opinión siguen a mayor cantidad de personas que el número de seguidores que tienen. G. Kawasaki, uno de mis preferidos, con más de un cuarto de millón de seguidores, sigue cerca de 20 mil usuarios más, lo que supongo que serán los mismos que él tiene, más los que le interesan.
Esto me lleva al siguiente elemento que considero fundamental en toda actividad de networking: la generosidad.
Todavía no me he amigado con Twitter; simplemente lo estoy explorando, y observando la conducta de los usuarios. Mis conclusiones son, por tanto personales, pero a veces no está de más tener en cuenta la perspectiva de una persona no experta.
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